Digamos que la vida
de Leo en estas últimas semanas no había sido como normalmente había sido, no
era el mismo agua, peor era el mismo río, y eso a los peces no les gustaba.
Desde que su padre se había ido de la ciudad por temas de trabajo, su madre
entró en una gran depresión, y Leo no tenía a nadie con quien desahogarse y
soltar el cubo lleno de mierda, desde muy pequeño había sido muy diferente al
resto y esto le había causado muchos problemas: peleas, incomprensión,
intolerancia, etc… Tampoco se hablaba con su familia, la cual estaba repartida
por todo el país, o fuera de este, y no tenía hermanos con los que hablar,
reír, o tan solo pasar el tiempo en familia. Solamente le quedaban las dos
cosas más importantes en su vida, su novia, Jhannet, que era una joven
encantadora pero muy frágil, y su perro, Bernard, al que Leo había cuidado
desde pequeño y con el cual tenía una amistad inseparable, el resto del mundo
no le comprendía, pero un perro sí te podía comprender, apoyar y cuidar de ti,
si lo necesitabas. Esos tiempos cercanos habían sido muy duros para Leo, y lo
seguirían siendo, a menos que algo cambiara. Leo tan solo tenía una solución en
mente, huir a los dieciocho con Jhannet, tan solo quedaba un año para Leo, dos
para ella, pero podría hacerlo, ya buscarían un trabajo, y se alojarían en
algún pisucho que pudieran mantener, y serían felices con poco, y ahorrarían
para una casa más grande, tendrían hijos, otro perro aparte de Bernard, y así,
progresivamente, serían una familia feliz, una más del montón, lo que tanto
deseaba Leo, pero claro, los sueños, sueños son , y Jhannet no sabía nada de
esto.
Ahora mismo estaba tirado en su cama, desecha por las
lloreras de la tarde y parecía que la casa se le comiera. No podía salir de
ahí, ¿a dónde iría?, tan solo acariciaba a Bernard, que bastante es que su
madre le hubiese dejado meterle en casa aquellos últimos días, mientras miraba
al techo y se seguía planteando el por qué de su existencia, por qué él tenía
que ser el joven sufridor de las películas, muchas veces se lo preguntaba, pero
aquello era real, no era una actuación como en las películas o series, esto
dolía, y te hacía sufrir. No bajó a cenar tampoco esa noche, solamente se limitó a mirar al techo, o al
pequeño montón de ropa sucia en la esquina de su habitación, ¿ la gente se
manchaba con el tiempo igual que la ropa? Su madre no fue a darle un beso de
buenas noches, ni un simple ´´hasta mañana`` o un golpecito en la puerta, nada.
El silencio podía ser tu peor enemigo si no tenías armas contra él, pero Leo
estaba acostumbrado a perder muchas batallas, y se dejó ganar otra vez, cayendo
en otra depresión nocturna, acurrucado en su cama y sintiendo como la cabeza le
estallaba, consiguió dormir, si a las pesadillas se las llama sueños.
A las siete menos cuarto de la mañana sonó en vago
despertador, y Leo se fue directo a la ducha, como todos los días, al salir, y
secarse, se vistió, y fue a desayunar, hizo su mochila y salió de casa,
despidiéndose de Bernard. Se puso rumbo al instituto, como todas las mañana, a
pie, tardaba 40 minutos, pero era su
único medio de hacerlo, así que lo hacía. Vio a Jhannet en la típica esquina en
la que todas las mañanas quedaban, y la saludó con un beso sabor a café, como a
ella la gustaban, pero no supo por qué, pero a Jhannet ese beso le supo amargo, muy amargo.
-
¿Has dormido esta noche cariño?
-
Sí, algo sí, pero me siento como nuevo- dijo con
una sonrisa forzada entre-dientes.
-
Sí.. se te ve más animado- respondió Jhannet
sintiendo un puñetazo en la barriga.
-
¿Tú has dormido?-
-
Sí, y he vuelto a soñar con la casa del campo,
alucinante.
-
Yo creo que tengo la solución para ese sueño
repetitivo- dijo Leo armado de valor, queriendo ganar esta batalla.- hacerlo
realidad.
-
¿Cómo? ¿ Hacerlo realidad?- repitió Jhannet como
si esas palabras fueran distantes, como si las hubiera oído con un eco lejano.
-
Fugarnos- dijo Leo con la mirada decisiva, llena
de una fuego que iba a arrasar con todo.- Irnos de aquí, tú y yo, juntos, trabajar y ganarnos la vida con cualquier
cosa, en poco tiempo yo cumplo los 18, podré trabajar en más cosas, y aunque no
tengamos muchos estudios, seguro que juntos lo logramos, y seremos felices, en
una casa de campo.-
-
No te estoy entendiendo..- justo en ese
momento Jhannet se le pasó una mariposa
pintada de colores bélicos pero a la vez llamativa y tentadora, como su
construyera ideas aplastando otras.- ¿ Dices que nos fuguemos?, lo dices..
¿enserio?.
-
Lo tengo
tan claro como que estás aquí conmigo ahora mismo.
-
¡¿ Estás diciendo que nos machemos de aquí,
juntos, sí, pero con diecisiete y dieciséis años?! ¡ Qué te pasa!- dijo Jhannet
ahuyentando la mariposa.
-
¿No te gusta?-
-
¡¿ Cómo me va a gustar semejante locura, cómo me
va a gustar!?
-
Pensé que.. se acabarían nuestros problemas.
-
Mira.. Leo, yo lo siento mucho por tu vida, pero
te ha tocado a ti, yo no tengo problemas, tengo mis amigos, mi familia, no
puedo tirar todo por la borda por un simple sueño.
-
¡¿ Un simple sueño?! Eso es una revelación de
nuestro futuro, juntos, tu y yo, en nuestra casa de campo, lo que siempre quisiste,
y ahora que te lo ofrezco, ¿ lo niegas? ¡Pero que te pasa!
-
¡No Leo, que te pasa a ti! ¡Estás loco!, nunca
creí a la gente cuando decía cosas de ti, las pasaba por alto para que no te
dañara, pero veo que es cierto, estás loco.
-
No sé cómo nos puede estar pasando esto..-
-
No empieces Leo, no empieces.. Mira yo me voy,
yo voy a llegar tarde a clase..- y Jhannet se echó a correr en línea recta,
hasta llegar a desaparecer.
Leo estuvo un rato sentado en las escaleras del instituto,
en la entrada principal, pensando si debía entrar lleno de lágrimas o esperar a
que se le pasara un poco, no quería más risas hacia él. Pasado un rato decidió
entrar, ya que había cambio de hora, y no se notaría tanto que había faltado
esa hora anterior. Al entrar a clase vio a Jhannet rodeada de gente,
murmullando y mascullando sobre algo, y cuando se apartó la gente de ésta, Leo
vio que lloraba. Eran lágrimas ácidas que hacían arder algo dentro de él, que a
la vez le quemaban todo lo que le rozaran y que deshacían su interior, y se
negaban a salir, haciendo un charco que le hacía ser lo peor de él.
-
Leo, tío, te has pasado.- comentó uno de sus
compañeros.
-
¡ Eres un insensible de mierda!.- dijo otra.
-
Siempre pensé que habías sido raro, ¿pero esto?
Das asco.- añadió otro.
Los comentarios le rodeaban y le revoloteaban por las
orejas, haciendo este odio mucho mayor, ellos no tenían derecho a comentar
sobre su relación con Jhannet, y mucho menos a criticarle, como habían hecho
durante años, y eso iba a cambiar, de una u otra manera.
Un rayo encendió a
Leo, afuera estaba lloviendo a cántaros, de un momento a otro se fue el Sol
para dar paso a multitud de gotas que parecían apoyarse en la ventana para ver
la reacción de Leo.
-
¡ Yo quería cumplir tu sueño! ¡ Tan solo buscaba
tu felicidad, porque tu felicidad era la mía! ¿¡ No es tan difícil de entender
no!? ¡No soy un bicho raro, sois vosotros los que no sabéis ser diferentes,
sois todos absolutamente iguales, y a la
mínima saltáis con críticas contra lo que no entra en vuestro conocimiento!
Iros todos al infierno.
Y se echó a correr, deseando dejar de oír esas palabras en
sus oídos, sacó su móvil y en el medio del pasillo, encendió el reproductor,
cruzándose con la profesora de biología, que iba a su clase ahora mismo. Al
salir del centro, ya tenía puesta su canción favorita, que era la única que le
hacía continuar, y esta vez no iba a ser diferente. ´´Jessie J-Nobody´s
perfect.``
El suelo resbalaba como su fuera todo una gran charca que
hay que cruzar nadando, correr era una gran sacrificio para Leo, pero en estos
momentos no podía hacer nada más, no sabía hacer nada más. Las lágrimas se
deslizaban por su cara como si de una cascada se tratara, eran tan amargas como
la última vez, pero esta vez le dolían. Corría como si al final de la carrera
estuviera su respuesta, aquella que añoraba y que tanto tiempo llevaba
buscando, era su premio al fin de tanto tiempo descomponiéndose por dentro. Y
al fin llegó su premio…
Jhannet estaba
rodeada de gente aún, aquellas palabras recientes le revotaban en la cabeza
como pelotas de pim-pom, pero con el tamaño de pelotas de rugby. ¿ Se había
equivocado? No, si no hubo huido con él en su momento sería por qué no se
atrevía a hacerlo tan pronto, y con alguien como .. él. Al entrar la profesora,
todo el mundo se sentó en su mesa correspondiente, y justo, cuando el último se
sentó, se oyó.
Un terrible frenazo y un grito desgarrador, acompañado por
la agria sinfonía de la lluvia. La profesora salió corriendo, tirando los libros
al suelo. Todos se asomaron a la ventana, empañada, y vagamente vieron la
silueta de un hombre encima de otro, tumbado, al lado de un coche, manchado de
sangre en el capó. Se escuchó como la profesora gritaba: ´´ ¡Leo, Leo!``.Algo
se activó dentro de Jhannet, salió corriendo, recorriendo el mismo camino que
su profesora hacía unos segundos, siguiéndola varios profesores y ciertos
alumnos. Al salir a la calle las gotas la golpeaban como su fuera de un fino
cristal y estuviera a punto de romperse, pero no se rompió. Cuando llegó al cuerpo
de Leo, le levantó la cabeza, y le agarró la mano, y se la llevó a los labios.
Le basó mientras cantaba un deprimente lamento, que la desgarraba por dentro y
se mostraba en lágrimas que por fuera la helaban de un frío que no había tenido
nunca, ni el invierno más frío. Todo el mundo observaba el momento acompañado
de algún grito o una petrificación cierta del momento, algunos llamaban a
ambulancias y otros, simplemente miraban.
La canción acompañaba el momento de pareja, su último
momento, su trofeo estaba delante de Leo, y le agarraba la mano, y le besaba,
mientras la sangre le salía del hombro y del costado.
-
Solo dime, y sé rápida,¿ te espero en la casa de
campo?- dijo Leo sonriéndola como podía.
-
Claro- dijo ella entre sollozos, mientras se le
caía el alma al suelo.- Espérame todo cuanto tarde, yo te esperaré a ti, y
juntos tendremos un pequeño huerto, y dormiremos juntos, y me despertaré cada
mañana contigo, yo cuidaré de nuestros hijos mientras tú vas a trabajar, y te
querré con o sin rarezas, por siempre.
-
Eso es lo que necesitaba oír, mi trofeo.
Cuando se acabó la canción, su corazón dejó de bombear
sangre, y sus ojos se tornaron de un blanco pálido que Jhannet estuvo esperando
60 años, y como era de esperar, tuvieron su casa en el campo, y se despertaron
cada mañana juntos, por siempre.
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